TOMAR TÉ... ¿CUÁL TÉ? (#6 de la Serie: Ejercicios de escritura culinaria y gastronómica)

«The Chinese sip it from tiny cups, the Japanese whisk it. In America they serve it iced. The Tibetans add butter. The Russians serve it with lemon. Mint is added in North Africa. Afghans flavour it with cardamom. The Irish and the British drink it by the gallon with milk and sugar. The Indians boil it with condensed milk. In Australia it is brewed in a ‘billy’ can».

Tea: A Global History (Edible) de Helen Saberi. 

Hace unos años, visitábamos a unos amigos de la infancia de mi esposo cuando, como dicta la buena costumbre de un anfitrión en la cultura bangladesí, la amable señora de la casa me ofreció una aromática bebida de color marrón claro en una tacita de porcelana blanca decorada al estilo inglés. Mi reacción natural fue sonreír y exclamar, «Oh, gracias, ¿chocolate?». Ante la mirada confusa de mi anfitriona, mi esposo –quizás también un poco apenado– se apresuró a agregar, «No, es cha. Té desi. Lo que le siguió al «trágame tierra» que sentí fueron las risas nerviosas, aunque comprensivas, de mis anfitriones que podían perdonarle semejante pregunta a la nueva esposa «americana». Fue un final feliz porque el té al estilo desi es delicioso, quizás un poco dulce para mi paladar más acostumbrado al café, pero siempre muy fragante por todas las especias que se incluyen en su preparación. 

    Un final quizás no tan airoso para uno de los amigos de mi esposo en una de las primeras visitas que recibimos como recién casados en el nuevo hogar compartido. A la respuesta afirmativa del invitado a mi «¿Puedo ofrecerte un té?», me devuelvo a la cocina a hervir agua mientras mi esposo y su buen amigo conversaban. A los pocos minutos, salí con una bandeja que sostenía unas pequeñas tazas sin asas y una tetera de vidrio de diseño vanguardista que orgullosamente estrenaba para la ocasión. Mientras preparaba el té, notamos que la expresión de nuestro invitado pasaba de la emoción a la curiosidad y de allí, mientras observaba el brebaje que se vertía sobre las tazas, apareció sobre su rostro una leve mueca de nerviosismo reprimido. Claro, nuestro invitado, tan acostumbrado al cha que mencioné al principio, debió parecerle inimaginable que el «té» que ahora le ofrecíamos era esa agua ligeramene turbia donde aún flotaba de manera etérea y delicada las flores de crisantemos que habíamos echado en la tetera frente a sus ojos y que ahora despertaban al contacto del agua tibia, una escena que en mis experiencias anteriores siempre dejaba al testigo en estado meditativo, mas no a nuestro querido amigo.

    Me imagino que era la misma sensación que tuve de niña cuando pasaba los fines de semana en casa de mis abuelos paternos en Cumaná. Cuando nos daba sed, mi abuela nos ofrecía «agua tibia con sabor a té» de una tetera, que en la inocencia de mi niñez, parecía que nunca se vaciaba, o sea, no tomábamos nunca agua con sabor a agua. Y es que, por tradición, en los hogares chinos, el agua de beber, sin importar qué tan potable salga del chorro, siempre se hierve y jamás se toma fría. Como mi existencia temprana fluía de manera natural entre dos culturas, nunca cuestioné la razón por la que el té –negro, en su mayoría– siempre estaba presente en mi casa y en la de mis abuelos, donde se bebía como agua. Se servía de una tetera con una o dos cucharaditas de hojas de té al que se le iba agregando agua hervida a medida que se vaciaba en el transcurso del día y al final terminaba siendo solo agua turbia con un ligero olor, color y sabor a té.

    Eso sí, cuando queríamos reunirnos con familiares o amigos, íbamos a yám chà o a «tomar té» en cantonés, con la peculiaridad de que ir a yám chà era realmente ir a comer una especie de brunch, donde los platillos eran un surtido de empanadillas con diferentes formas y rellenos y una variopinta selección de otros bocadillos exquisitos que se servían de 3 a 4 piezas por plato y que se conocen como dím sām. Dicho de otro modo, ir a yám chà es ir a comer dím sām con el té como acompañante –según dicen para ayudar a digerir mejor los platillos más grasosos– por lo que el protagonismo recae es sobre la comida. Por gustos personales, me gusta pedir esa infusión de flores de crisantemos que le servimos a nuestro querido amigo aunque ese tampoco es «el té» que se usa tradicionalmente para acompañar el dím sām.

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RECETA: Cha (Té desi)


Porciones: 4 tazas pequeñas (como las de café espresso)
Tiempo de preparación: 10 minutos

Ingredientes:

500 ml (2 tazas) de agua

1 palo de canela

4 vainas de cardamomo

4 clavos de olor

12 g (3 cucharadas) de té negro

38 g (3 cucharadas) de azúcar granulada

250 ml (1 taza) de leche entera


Preparación:

  1. Triturar las especias en un mortero y poner a hervir junto al agua en una olla pequeña.

  2. Cuando llegue al punto de ebullición, agregar el té y revolver con suavidad.

  3. Reducir el fuego cuando alcance de nuevo el punto de ebullición.

  4. Agregar el azúcar y la leche y seguir calentando a fuego medio. Revolver de vez en cuando.

  5. Cuando llegue una vez más al punto de ebullición, reducir el fuego a medio-bajo y dejar hervir durante 1 minuto. Hay que prestar atención al líquido durante este paso porque se puede desbordar de la olla.

  6. Retirar de la hornilla y colar antes de servir. 


Nota: 

  • Para una consistencia más cremosa, se puede sustituir la leche entera con 125 ml (½ taza) de leche evaporada.
  • Esta receta admite muchas variaciones según el gusto del que lo prepare. Hay quienes le ponen jengibre, ralladura de limón, pimienta, anís estrellado o azafrán.
  • Si se quiere un cha más fuerte, repetir el paso 5 que sería así:

    • Cuando llegue una vez más al punto de ebullición, reducir el fuego a medio-bajo por unos 8 segundos y subir de nuevo a medio. Repetir este ciclo dos veces más y en el último, dejar hervir por 1 minuto a fuego medio-bajo antes de retirar de la hornilla.


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Nueva York, 22 de julio de 2023 

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